
En julio dijimos que estábamos en “una deriva con dirección”: avanzando sin mapa cerrado, atentos a los signos, dejando que el entorno también nos guiara.
En septiembre nos atrevimos a contar nuestra historia más de cerca: cuatro personas, cuatro trayectorias, diez años empujando un mismo proyecto desde abajo, sin redes privilegiadas pero con una intuición muy clara.
En octubre, esa mutación que veníamos sintiendo por dentro empezó a tomar cuerpo en proyectos concretos: la transformación dejó de ser intuición y se volvió materia.
Diciembre llega como la página donde todo eso se puede leer junto. No como un resumen apretado, sino como la constatación de algo sencillo: madurar, para Ajolote, fue aprender a sostener un rumbo sin dejar de cambiar.
Por fuera se ven los resultados: videos terminados, estrategias en marcha, asesorías que empiezan a dejar huella. Por dentro, el movimiento fue otro: aprender a cuidarnos para poder cuidar mejor los proyectos.
Hubo cansancio, por supuesto. Jornadas largas, decisiones difíciles, momentos de duda. Pero también hubo algo nuevo: orgullo sereno. Esa sensación de mirar una pieza terminada y reconocer ahí no solo oficio, sino un modo de hacer las cosas que nos representa.
Madurar no fue volverse rígidos/as. Fue entender hasta dónde podemos llegar sin quebrarnos. Fue aceptar que la creatividad necesita estructura, pero también descanso; que la estrategia importa, pero no sirve de nada si pierde de vista la sensibilidad que nos trajo hasta aquí.
Si tuviéramos que condensar este año en unas pocas ideas, serían algo así:
Nada de esto es una receta. Son más bien marcas de agua de nuestro propio proceso: huellas que nos gustaría seguir viendo en lo que viene.
Diciembre no trae una conclusión redonda. Eso, en el fondo, sería falso.
Lo que trae es una pausa lúcida: un momento para mirar el año y decirnos, con honestidad, que estamos en un lugar distinto al de hace doce meses. Más alineadas/os, más conscientes, más dispuestos/as a cuidar el tipo de comunicación que queremos poner en el mundo.
Como el ajolote que nos inspira, seguimos habitando el umbral: no del todo fijo, no del todo acabado, siempre en tránsito. La diferencia es que ahora sabemos un poco mejor hacia qué tipo de mundo queremos movernos. El año termina, sí. Pero el movimiento no.
Nos seguiremos encontrando en el próximo ciclo. Con la misma sensibilidad de siempre, y una madurez nueva que apenas comienza a florecer.