
Puede parecer un movimiento técnico, institucional. Pero para quienes trabajamos día a día traduciendo saberes —científicos, sociales, culturales— en experiencias que buscan resonar en lo humano, este tipo de gesto es mucho más que una declaración: es una invitación.
En contextos donde la desconfianza social y la fragmentación política parecen ganar terreno, la pregunta por el rol del conocimiento se vuelve urgente. ¿Para qué sirve una universidad pública? ¿Con quién conversa? ¿A quién escucha? ¿Desde dónde se legitima?
El documento de la Universidad de Chile ofrece una respuesta clara: una universidad pública es parte del Estado. No una empresa, no un think tank, no un prestador de servicios, sino un actor comprometido con el bien común.
Esto tiene consecuencias. Exige transparencia, exige corresponsabilidad. Pero también abre una posibilidad poderosa: que la academia se piense como agente de transformación, y no solo de diagnóstico. Que la evidencia no sea solo un informe, sino un insumo para la toma de decisiones. Que la investigación no termine en el paper, sino que se traduzca en políticas, narrativas, prácticas.
En Estudio Ajolote trabajamos desde otro borde: el de la comunicación creativa, la narrativa visual, la producción de contenidos. Pero el espíritu que nos mueve no es muy distinto. Creemos que comunicar conocimiento no es un acto neutro: es una toma de posición.
Traducir lo complejo. Conectar con lo humano. Cuidar el sentido. Estas no son tareas secundarias; son las formas en que los saberes cobran vida en la sociedad. Por eso este documento nos interpela: porque nos muestra que hay espacio para que la academia, el Estado y los mundos creativos construyan juntos.
Imaginamos reportajes visuales sobre políticas públicas. Cápsulas animadas que acerquen evidencia a comunidades. Documentales que cuenten cómo una tesis cambia un territorio. Micrositios que resignifiquen los archivos de una universidad pública. Todo eso ya lo estamos haciendo. Pero con un pacto como el que propone la Universidad de Chile, estos proyectos pueden pasar de ser una excepción a política cultural.
La pregunta que deja abierta este documento no es solo para las universidades. Es también para fundaciones, para municipios, para medios, para estudios como el nuestro. ¿Qué lugar le damos al conocimiento cuando imaginamos el futuro? ¿Lo privatizamos o lo compartimos? ¿Lo encerramos en jerga o lo abrimos a la escucha?
Desde Ajolote, celebramos este gesto de la Universidad de Chile no como noticia aislada, sino como señal de época. Y queremos estar a la altura: comunicando con profundidad, empatía y creatividad. Porque transformar saberes también es una forma de construir república.